jueves, 22 de junio de 2017


Entre la gran pared de piedra, el ventanal me regala un cuadro vivo donde se dibujan unas montañas envolviendo un clima lluvioso mientras un sol tímido solo alcanza a dibujar unos cuantos tonos en el cielo. Voltear la vista y descubrirte tan cerca me sorprende, no te oí llegar. De pronto te acercas aún más, sin desprenderte de la cobija que usas de capa contra el frio te sientas a horcajadas encima de mí, me miras fijamente, ya sabes con esa mirada que está llena de todo lo que me encanta, complicidad, alegría, tranquilidad. Me envuelves con esa mirada como tratando de descubrir lo que pienso sin darte cuenta que estoy hipnotizado por esa luz que irradias cuando te siento tan plena como hoy. Te acercas a mis labios y juegas a morderme el labio y no dejarte besar (¿en qué momento llegamos a esto?, ¿cómo es que es tan natural?). Meto las manos entre la cobija y descubro tus caderas desnudas a las cuales me aferro como si tuviera miedo que desaparecieras y te acerco a mí para protegerte del destino. Al juego de los labios les siguen las manos que se enfrascan en una batalla de caricias con la consigna de obtener el primer suspiro, quejido o muestra de pasión. Nunca hemos jugado a este juego, nunca hemos luchado estas batallas, todo es tan inesperado. Establecemos la tregua, las caricias dejan de pelearse para entrar en un juego diferente, es como un baile, una coreografía perfectamente planeada, ensayada y ya no son solo las manos es el cuerpo entero que con caricias y roces van acabando con el frio y con esa cobija que te cubría.  Hace rato que tengo los ojos cerrados que me he vuelto un  instante, puro instinto,  todo sensaciones, casi cero pensamientos solo hay algo que no entiendo…no sé porque esto se trata de ti, la que lee esto y de mí, el que lo escribe, no me preguntes. No sé cómo llegue a este lugar ni porque estabas tú ahí, solo quería que supieras que te soñé.

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